Conozco la Dehesilla de Calamón desde principios de los años 80 cuando mis padres compraron un terreno con toda la ilusión del mundo. Un auténtico erial de caminos irregulares y polvorientos, algún que otro cortijo de la antigua dehesa, muy pocas encinas y casi todo por hacer. Con más ilusión que conocimiento, los nuevos parceleros cultivaban y sembraban sus hortalizas y árboles con algún que otro desengaño por la escasez de resultados. Llegaron los postes de telefónica con las primeras líneas a un precio desorbitado, mientras los setos y árboles ya daban su nota del ansiado verdor. Agitadas reuniones de la asociación de vecinos en la venta Rocío y bonitas fiestas de verano en las Tres Encinas. Nuestros hijos aprendieron a nadar y a montar en bici por estos parajes y hacer sus primeros pinitos en moto, a escondidas, en los vespinos de sus padres. Largas tardes de chicharra, cumpleaños inolvidables, barbacoas abundantes y noches estrelladas que no se olvidaran.
Los propietarios han pagado de su bolsillo, señalización, asfaltado, acometida de agua, lineas telefónicas y por supuestos gastos de legalización de sus propiedades. Con sus ventajas e inconvenientes sabían que se iban a vivir "al campo" , pero por eso su IBI no debe de ser "urbano".
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