El caso de la figura de Miguel Celdrán pasará a la historia como un personaje poco corriente. El alcalde más querido de la historia de nuestra ciudad, que en menos de cinco meses tiene una estatua y una avenida que lleva su nombre, era una persona afable, cariñosa, campechana y sobre todo quería a su ciudad como nadie. Y por ello, lucho con ilusión durante más de 20 años con un respaldo mayoritario de la ciudadanía. Sus chascarrillos se hicieron famosos y su impronta perdurará en el tiempo.

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